Clarissa Pinkola en “Mujeres que corren con lobos” relata el más importante de los ciclos, el del regreso a casa, a la casa salvaje, a la casa del alma.
“El hijo espiritual es la niña milagrosa, que tiene la capacidad de oír la llamada, la lejana voz que nos dice ya es hora de regresar a nosotras mismas. El niño es una parte de nuestra naturaleza medial que nos apremia, pues es capaz de oír la llamada cuando ésta se produce. Es el niño que se despierta del sueño, se levanta de la cama, sale a la ventosa noche y baja corriendo al embravecido mar que nos induce a afirmar…” “Pongo a Dios por testigo de que seguiré por este camino” o “Resistiré”, o “No me desviaré”, o “ Encontraré la manera de seguir adelante”.
Es el hijo quien le devuelve a su madre la piel de foca, la piel del alma. Es él quien le permite regresar a su casa. Este hijo es un poder espiritual que nos induce a seguir adelante con nuestra importante tarea, a rechazar algo, a cambiar nuestra vida, a mejorar nuestra comunidad, a colaborar en el empeño de equilibrar el mundo, todo ello gracias a nuestro regreso a casa. Si una mujer desea participar en estas cosas, es necesario que tenga lugar el difícil matrimonio entre el alma y el ego y tiene que nacer el hijo espiritual. Los objetivos del dominio son la recuperación y el regreso.
Menos mal que existe esta señal natural del regreso a casa, tanto más insistente cuanto mayor es nuestra necesidad de regresar. La señal se dispara cuando todo empieza a ser “demasiado”, tanto en sentido positivo como negativo. Puede haber llegado el momento de regresar a casa, tanto cuando existe demasiado estímulo positivo como cuando se registra una incesante disonancia. Es posible que estemos demasiado inmersas en algo, que algo nos haya agotado demasiado, que nos amen demasiado o demasiado poco, que trabajemos demasiado o demasiado poco. Todas estas cosas tienen un precio muy alto. En presencia de un “demasiado”, nos vamos secando poco a poco, se nos cansa el corazón, empieza a faltarnos la energía y surge en nosotras un misterioso anhelo, que sólo acertamos a describir como “un algo”, que se intensifica cada vez más. Es entonces cuando nos llama el Viejo.
La sensación de sentirnos desagarradas procede del hecho de oír, de manera consciente o inconsciente, que algo nos llama y nos pide que regresemos, algo a lo que no podemos contestar que no, so pena de sufrir un daño.
Si no acudimos cuando es el momento, el alma vendrá a buscarnos…
La vieja foca surge por la noche y el niño avanza a trompicones por la noche…el principal protagonista descubre una asombrosa verdad o recupera un valioso tesoro mientras camina a tientas en la oscuridad... Nada mejor que la oscuridad para que la luz, la maravilla, el tesoro destaquen en toda su magnificencia. La “noche oscura del alma”…
Las imágenes que giran alrededor de la oscuridad transmiten un ancestral mensaje que dice: No temas “no saber”. En distintas fases y en distintos períodos de nuestra vida así tiene que ser. Este aspecto de los cuentos y de los mitos nos anima a responder a la llamada aunque no sepamos adónde vamos, en qué dirección o durante cuánto tiempo.
…lo más temible no es el avance en medio de la oscuridad buscando la piel del alma sino la inmersión en el agua, el regreso efectivo a casa y especialmente la despedida efectiva. Aunque las mujeres regresen a sí mismas, se pongan la piel de foca, se la alisen bien y estén preparadas para la partida, el hecho de irse es muy duro; es muy duro ceder y entregar aquello en lo que habíamos estado ocupadas hasta aquel momento e irnos sin más.
Aunque no se puede regresar de nuevo a la matriz, sí se puede regresar al hogar. Y no sólo es posible sino que es un requisito imprescindible.
Allí no sólo hay tiempo para meditar sino también para aprender y descubrir lo olvidado, lo abandonado y lo enterrado. Allí podemos imaginar el futuro y examinar también los mapas de las cicatrices de la psique, averiguar sus causas y adónde iremos a continuación.
Cuando es la hora, es la hora. Aunque la mujer no esté preparada, aunque las cosas no estén hechas, aunque hoy tenga que llegar el barco. Cuando es la hora, es la hora. La mujer foca regresa al mar, no porque le apetece, no porque hoy es un buen día para ir, no porque su vida está limpia y ordenada; no existe ningún momento limpio y ordenado para nadie. Se va porque es la hora y, por consiguiente, se tiene que ir.
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