domingo, 19 de febrero de 2017

"La felicidad viene de dentro, no la encontraremos fuera"

Entrevista al Lama Jampa Monlam, que vivió en silencio meditativo durante treinta años.

Tengo 90 años. Nací en Tíbet, en una familia de nómadas, y vivo en Katmandú (Nepal).  

El propósito de los políticos es, como el de todos, ser feliz. Hay que buscar las raíces de la felicidad para cultivarla, y las del sufrimiento para abandonarlo. Hay mucho desarrollo material, pero hace falta desarrollo interno

Alegre y sabio. Su sola presencia lo pone todo en su lugar, una calma cálida se expande.

La felicidad viene de dentro, no la encontraremos fuera, dice. Para no sufrir, hay que cultivar la mente. “¿Qué más?”, te preguntas sabiendo que durante 30 años su quietud le convirtió en lugar de reposo de los pájaros. Entender el alcance de sus palabras requiere detenerse.

La invasión china le obligó a huir de Tíbet, y lo hizo con una reliquia bajo el brazo, la cabeza de un insigne lama que quería entregar al Dalái Lama, pero no pudo acceder a él y vivió un año en las calles de Dharamsala hasta que el Dalái Lama soñó que alguien tenía algo que entregarle. Desde entonces son viejos amigos. Visitó Barcelona invitado por el centro de meditación Tushita.


- Treinta años en silencio meditativo?

Dirigía un monasterio, pero decidí abandonar para hacer ese largo retiro: comencé a los 49 años y acabé a los 79.

- ¿Por qué?

Los médicos tibetanos son también astrólogos y entienden el cuerpo humano como un todo conectado con el universo. Mi médico astrólogo me dijo que mi vida terminaba a los 49 años.

- Y usted quería vivir más...

Sí, porque no había tenido tiempo de cultivar la paz y la felicidad en mi interior.

- ¿Qué ha aprendido en esos años?

Al principio fue muy difícil porque mi mente todavía no estaba domada, pero fui apaciguándola y entendiendo poco a poco cómo actúa y por qué sufrimos.

- Pero si usted entró en un monasterio a los seis años, ya meditaba, ya comprendía...

Meditaba y practicaba para desarrollar una mente de amor y gentileza hacia los otros, pero lo hacía a base de voluntad y comprensión intelectual, pero yo no era una mente en paz.

- ¿Cuál es la diferencia?

Ahora cada célula de mi cuerpo conoce la causa de nuestro sufrimiento y he podido desarrollar esa mente de amor hacia los otros sin expectativas, sin esfuerzo ni condescendencia, sin necesidad de planteármelo. Soy simplemente feliz.

- Entiendo.

Ahora cuando la gente me habla de su sufrimiento tengo la certeza de que ese sufrimiento está en su interior, que no depende del afuera, y puedo guiarles hacia una mente clara.

- ¿Cómo se hace?

Desenmascarando los engaños mentales, esas emociones aflictivas como el orgullo, el apego, el enfado y otras mentes dañinas que son ­adventicias, que no forman parte intrínseca de nuestra mente y, por lo tanto, se pueden eliminar.

- ¿Por qué están tan arraigados?

Porque nos enseñan a hacer, a ser, pero no quiénes somos.

- ¿Cómo desarrollar esa mente sabia en nuestras ajetreadas vidas?

El mundo se ha hecho tan pequeño, influimos tanto los uno en los otros, que es necesario que trabajemos juntos. Científicos, psicólogos, representantes de diferentes religiones, humanistas, filósofos..., juntos debemos cambiar el enfoque de fuera a dentro por lo contrario.

- De dentro a fuera.

Exacto, porque, si no, nada tiene sentido. Nos casamos, tenemos hijos, amigos, trabajos…, y hacemos todo eso para ser felices, sin éxito.

- Ya.

...Esas cosas buenas de la vida en las que ponemos todas nuestras esperanzas están irremediablemente unidas al sufrimiento si no somos capaces de observar la propia mente e identificar las emociones dañinas. Estamos llenos de voces aflictivas (apego, enfado, orgullo, avaricia, rabia, ego, miedo… ) y creemos que esas voces somos nosotros.

- Es difícil corregir lo que no identificas.

Por eso necesitamos que la ciencia, la sociología y la religión investiguen juntas y nos ayuden a comprender. Juntos..., estemos juntos.

- Es una propuesta interesante.

De la misma manera que hacemos yoga para tener nuestro cuerpo sano, debemos practicar para tener la mente sana.

- ¿De qué manera?

Ejercicios cotidianos de escucha a uno mismo, de conexión. Eso nos lleva a una mente positiva, que es la única capaz de bondad. Comprender que el sufrimiento surge de ti mismo es algo radicalmente transformador que cambia tu mirada hacia el mundo y, por tanto, cambia el mundo. Es poderosísimo.

- ¡Ha invertido usted 30 años!

Toda la vida, porque la desconexión de uno mismo es enfermedad, es confusión, es locura.

- Está claro.

Mi gran responsabilidad es mantener mi mente pura. Así he encontrado la felicidad dentro de mí y puedo transmitir, irradiar felicidad a los otros, contagiarlos, cuando están a mi lado.

- Dicen que entró usted en el retiro con el pelo blanco y salió con el pelo negro.

Yo le cortaba el pelo a un lama anciano que vivía cerca de mi monasterio y que siempre bromeaba: “Tienes el pelo completamente blanco, je je, pareces tú más anciano que yo, algo haces mal”.

- ¿Qué hacía mal?

Me esforzaba. Comprendí que para ser feliz tenía que soltar, estaba aferrado a mi sufrimiento. La felicidad es salud. Fue así como mi pelo se volvió negro, y entonces comprendí.

- ¿Por qué decidió abandonar el retiro?

Apenas comía. Una doctora italiana, que me visitaba desde hacía muchos años, me propuso que fuera a su país: “Así yo puedo nutrir tu cuerpo y tú ver un poco de mundo”. Me animé, conocí a más personas que me pidieron que les diera algunas enseñanzas, y no supe negarme.

- ¿Qué le ha sorprendido del mundo?

La rueda del sufrimiento humano.

- Quien sufre inflige sufrimiento. ¿Cómo cultivar la felicidad genuina sin ser monje?

Hay que estar alerta a nuestro enemigo, la mente aflictiva cuyo producto es la rabia. Y cuando te sientes ofendido por un comentario o una actitud ajena, hay que recurrir al amor, la paciencia, la tolerancia y la amabilidad.

- Pero...

...Sin cuestionarlo, se ha de convertir en un acto reflejo: acudir a la esencia.

Publicada el 18/11/2016 en La Vanguardia 

martes, 14 de febrero de 2017

El amor romántico y la mente patriarcal

"Al decir que una “mente patriarcal” subyace al problema patriarcal de la sociedad, he caracterizado a ésta, hasta ahora, como una sociedad en que las relaciones de dominio-sumisión y de paternalismo-dependencia interfieren en la capacidad de establecer vínculos adultos solidarios y fraternales; o, para decirlo de otra manera, una sociedad en la que el hambre de amor materno y paterno llevan a la mayor parte de las personas a una dependencia afectiva y una obediencia compulsiva que no sólo son enajenadoras sino que constituyen distorsiones, falsificaciones y caricaturas del amor". Claudio Naranjo

lunes, 13 de febrero de 2017


Herida de abandono (II)

Esta herida surge entre el primer y tercer año de vida. Mientras que la herida del rechazo se sitúa en el “ser”, la herida que se vive en el abandono la encontramos en el plano del “tener” y el “hacer”.

Muchas personas que sufren la herida de abandono experimentaron de pequeñas una profunda falta de comunicación y se desencadenó con el progenitor del sexo opuesto. Continuará apareciendo y dificultando las relaciones con cualquier otra persona del mismo sexo que ese progenitor. Pudiste recibir mucha atención pero no la adecuada o sentirte abrumad@.

La máscara que se crea para intentar ocultar su herida es la del dependiente. 

Esta máscara se caracteriza por un cuerpo que carece de tono. Cuerpo largo, delgado y encorvado. El sistema muscular no está suficientemente desarrollado y parece no poder sostener el cuerpo erguido, como si necesitara ayuda para hacerlo. El dependiente cree que no puede lograr nada por sí mismo, y por tanto, tiene necesidad de alguien más como sustento. Su cuerpo refleja esa necesidad de apoyo. Es fácil ver en esa persona al niñ@ pequeñ@ que necesita ayuda. Ojos tristes y grandes, con mirada que atrae; piernas débiles, brazos demasiado largos pegados al cuerpo. Quizá se encuentren caídas algunas partes de su cuerpo: hombros, pecho, glúteos, rodillas, vientre,… La característica más sobresaliente del dependiente es la falta de tono muscular. Cada vez con más frecuencia se recurre a la cirugía o al gimnasio para ocultar nuestro cuerpo, ocultando las heridas, una transformación aparente.

El dependiente es propenso a convertirse en víctima. Es una persona que crea todo tipo de problemas, especialmente de salud, para llamar la atención, porque cree que nunca recibe suficiente atención y apoyo. La dependencia también es una forma de obtener atención.

El dependiente es una persona que dramatiza mucho. No considera que lo que vive sean problemas, ya que estas situaciones le aportan el beneficio de tener atención, lo que le evita sentirse abandonado. Para este tipo de persona, sentirse abandonada es más doloroso que vivir los múltiples problemas que atrae su vida. Cuanto más víctima se sienta, más profunda es su herida de abandono.

A la víctima también le suele gustar desempeñar el papel de salvador, medios sutiles para recibir atención y sentirse importante. Esta actitud suele provocar malestares en la espalda, al cargar sobre sí responsabilidades que no le corresponden.

Necesita sentir el apoyo y la presencia de los otros. Cuando hace algo por los demás, es con la intención de recibir afecto y sentirse amado a cambio.

Cuando emprende una actividad agradable con alguien, el dependiente desea que dure, y cuando la actividad termina percibe el final como un abandono.

Sufre altibajos entre sentirse feliz y la tristeza y el malhumor, sin motivo aparente. En el fondo es por temor a la soledad, convencido de no poder soportarla. Dispuesto a aguantar situaciones difíciles en lugar de ponerles fin, por temor al abandono.

El dependiente ama el sufrimiento. Hay situaciones en las que el sufrimiento de abandonar es mayor que aguantar lo que se está viviendo, porque no puede admitir su herida, ya que al hacerlo correría el riesgo de revivir el sufrimiento que la propia herida representa. La dificultad para ver los problemas que vive en pareja, le lleva a aferrarse a la otra persona y hacer todo lo posible por miedo a no ser abandonada.

En la persona dependiente que actúa como víctima se observa una voz infantil y la tendencia a hacer muchas preguntas. Cuando pide ayuda, siempre con dificultad para aceptar una negativa y con tendencia a insistir, utilizando incluso la manipulación y el chantaje para obtener lo que desea.

Aunque pida consejos porque no se cree capaz, hará lo que él mismo desea, ya que no busca ayuda sino apoyo.

Suele utilizar vocabulario como “ausente, solo, no soporto, no me sueltan…”. Palabras como “dejar” para el dependiente se traducen como abandono.

El grado de ansiedad que vive al estar solo determina la magnitud del sufrimiento. Se produce una sensación de aislamiento cerrándose a ese algo o alguien que tanto desea tener a su lado y no se abre por temor a no poder enfrentarla, teme las emociones que le producirá la atención que recibirá de la otra persona. Tan pronto se intensifica una relación se las arregla para sabotearla y ponerle fin.

Cuando se siente abandonado considera que no es lo suficientemente importante para atraer la atención del otro y experimenta una gran tristeza. Tiene necesidad, a cualquier precio, de que los demás le hagan sentir importante y de que lo tengan en cuenta, ya que es algo que no puede hacer solo.

Creerse independiente es una reacción muy común del dependiente, que acentúa y oculta la herida de abandono, aunque el dependiente busca más la autonomía que la independencia.

Salir de un lugar o dejar una situación también le resulta difícil.

La tristeza es la emoción más intensa que experimenta el dependiente. Constantemente la siente en lo más profundo de su ser sin que pueda comprender o explicar de dónde proviene. Para no sentirla busca la presencia de otros, aunque también es capaz de irse al extremo opuesto, de alejarse y apartarse.

Es cálido con los demás porque cree que así los otros serán con él afectuosos, atentos, cálidos y no autoritarios.

Teme también toda forma de autoridad.

Llora fácilmente cuando habla de sus problemas acusando a los demás de haberle ignorado y abandonado.

Suele utilizar el sexo para apegarse a la otra persona, lo desea más que su pareja y se queja de no tener suficiente sexo.

Las personas en quienes predomina la herida de abandono temen a la muerte.

Tendencia a la bulimia. Puede comer mucho sin subir de peso ya que su actitud interior general radica en nunca estar satisfecho. Este es también el mensaje que su cuerpo recibe cuando come, y su cuerpo reacciona no engordando. Prefiere los alimentos blandos, le gusta mucho el pan, come lentamente para prolongar el placer y la atención.

El dependiente se distingue por haber sido un niño enfermizo, débil o endeble. Las enfermedades más frecuentes que padecen son: asma, lumbalgia, bronquitis, migrañas, agorafobia, diabetes, miopía, histeria, depresión, enfermedades raras,… un sistema digestivo frágil, la carencia en el nivel afectivo y el miedo al futuro y a enfrentarlo solo.

En espacios públicos, reuniones, talleres,.. evitan las preguntas en público pues les interesa la atención que se les pueda dar en privado. Otra manera de atraer la atención es ocupando un puesto público, a través de los cuales acceden a un amplio auditorio.

Durante la infancia, la niña se agarra a su padre, y el niño a su madre. En la pareja, el dependiente se apoya en el otro o le toma de la mano o lo toca con frecuencia. Cuando está de pie buscará apoyarse contra un muro, una puerta.. incluso sentado le resulta difícil estar erguido o se sienta de cualquier manera. Le resulta difícil mantenerse erguido y su espalda tiende a encorvarse hacia adelante.

La persona dependiente se fusiona fácilmente con los demás, sintiéndose responsable tanto de la desdicha como de la felicidad de los demás, siente la emociones de los otros y se deja invadir fácilmente por ellas. 

La herida de abandono significa también que te has abandonado a ti mismo o que abandonas a los demás, las situaciones o los proyectos. Necesita la atención y presencia de otros, pero no es capaz de ver el número de ocasiones en las que él no hizo por los demás lo que le pedían.

Es habitual que la persona que sufre de abandono también suele sufrir rechazo. La mayoría de las personas tenemos varias heridas, aunque no todas expresan el mismo grado de dolor. La intensidad de la herida determina la profundidad de la máscara. La herida más evidente indica cuál es la que la persona sufre con más frecuencia.

Las características y actitudes descritas sólo se presentan cuando la persona que sufre abandono decide ponerse su máscara de dependiente, creyendo que así evitará precisamente sufrir abandono. Esta máscara puede llevarse de manera ocasional o frecuente, según la gravedad de la herida y la intensidad del dolor.

martes, 7 de febrero de 2017

Visión global del ser humano

Varias personas me habéis comentado la dificultad de comprensión y la densidad del vídeo y texto de Gangaji "Quién eres tú...realmente", con el que abría el blog. Os invito a ver el vídeo de Fidel Delgado, que también responde a la pregunta "Quién eres tú... realmente", con un humor exquisito y con mucha sabiduría y amor.

lunes, 6 de febrero de 2017

Herida de rechazo (I)

El rechazo es una herida muy profunda, ya que quien la sufre se siente rechazado en su interior y, sobre todo, siente rechazo con respecto a su derecho a existir. Esta es la primera herida que se manifiesta. Surge desde el momento de la concepción al primer año de vida. Para muchas personas está presente desde antes del nacimiento.

Desde el instante en el que el bebé se siente rechazado, empieza a crear una máscara (no ser ya uno mismo) de huida. De niño vivirá en un mundo imaginario y será un niño prudente y tranquilo que no causará problemas ni hará ruido.

La persona que se siente herida interpreta lo que sucede a su alrededor a través del filtro de su herida. La máscara huidiza es la personalidad o el carácter que se desarrolla para evitar el sufrimiento de esta herida. Es una manera de no estar realmente presente ante lo que sucede para evitar sufrir. Los comportamientos propios del huidizo son dictados por el temor a revivir la herida de rechazo.

Se reconoce en un cuerpo que parece querer desaparecer, muy estrecho y restringido. Cuando la herida es muy profunda se tiene la impresión de que casi no hay piel sobre los huesos, de apariencia fragmentada o incompleta. El cuerpo contraído: hombros echados hacia adelante, brazos pegados al cuerpo. Rostro y ojos pequeños, parecen ausentes y vacíos, como llenos de temor. Como si el crecimiento del cuerpo o una de sus partes se hubiera bloqueado, un adulto en el cuerpo de un niño. El cuerpo físico nunca miente.

Este cuerpo pequeño y frágil será sobreprotegido y se percibirá a sí mismo como rechazado, pues no se siente aceptado por lo que es. Los demás harán y pensarán todo por él, así, en lugar de sentirse amado, se sentirá rechazado en sus propias capacidades.

Para este niño, ser amado se convierte en sentirse sofocado, de manera que, más adelante, su reacción consistirá en rechazar o huir cuando alguien lo ame, por su temor a ser asfixiado.

Son personas que se sentían infravaloradas, ya desde el vientre materno, donde sentían que ocupaban muy poco lugar, y con frecuencia, oscuro.

La persona huidiza se anula e infravalora, por lo que necesita ser perfecta y obtener reconocimiento ante sus propios ojos y los de los demás, prefiere la soledad, se aísla y parece volverse invisible e imperceptible, dándose así más motivos para sentirse rechazado. Se siente separado de los demás, como si no estuvieran. Se cree carente de valor y se siente incomprendido.

Puede pasar por fases de gran amor a otras de odio profundo, con un enorme sufrimiento interior. Confunde el “ser” con el “hacer”. Como no cree en la perfección de su ser lo compensa intentando buscar y alcanzar la perfección en todo lo que hace. Esta búsqueda puede volverse obsesiva. Cometer algún error supone sentirse juzgado y rechazado.

Cuanto más profunda es la herida de rechazo en una persona, más atraerá circunstancias para ser rechazada o rechazar a los demás. Si continúa creyendo que lo que le sucede es culpa de los demás, no podrá sanar esa herida.

El pánico le paraliza y es el mayor temor del huidizo, pudiendo llegar a perder la memoria en algunas situaciones.

Otros rasgos de su carácter: Desapego de lo material, perfeccionista, intelectual, presenta dificultades sexuales. Dificultad para afrontar lo que sucede, también para afianzarse al sitio en el que se encuentra y contemplar lo que ocurre. También tiene dificultades para dejar vivir su niño interior.

Si te reconoces en esta herida significa que has vivido el rechazo, o que sientes el rechazo, a través del progenitor de tu mismo sexo. La no aceptación del progenitor que ha contribuido a causar tu herida, explica las dificultades que tienes para aceptarte y amarte a ti mismo.

En su vocabulario, abundan palabras como “nada, inexistente, desaparecer,…”.

Entre las enfermedades posibles, suele padecer problemas cutáneos para evitar que le toquen, ocultándose tras su caparazón; diarrea, arritmia, cáncer, problemas respiratorios, alergias, vómitos, desmayos, hipoglucemia, diabetes, depresión suicida, psicosis...

Nuestras heridas también afectan a la manera como nos alimentamos: la pérdida de apetito por emociones intensas o ante el temor. Se ingieren porciones pequeñas. Para huir consume azúcar, alcohol o drogas y tiene predisposición a la anorexia.

El origen de cualquier herida proviene de la incapacidad de perdonar lo que nos hacemos o lo que los demás nos han hecho. Reprochamos a los demás lo que nos hacemos a nosotros mismos, pero que no queremos ver. Cuanto más importante sea la herida mayor será la atracción y el rechazo de personas, situaciones o proyectos, que nos mostrarán el rechazo a nosotros mismos y a los demás.

La vergüenza, cuando queremos ocultarnos u ocultar un comportamiento, es otra forma de tomar conciencia de que nos rechazamos o rechazamos a otros.

Todo esto se vive cuando la persona que sufre rechazo decide colocarse la máscara de huidizo, creyendo así evitar el sufrimiento.